Paso a paso, despacio, camina entre
la gente. Las puertas del vagón se cierran haciendo tambalear su frágil y
famélico cuerpo.
Su pelo oscuro, totalmente
desaliñado, esconde sus ojos tristes. Profundas cicatrices se dejan entrever en
su rostro, mientras avanza encorvado por el peso de la edad. Una mano abierta
pidiendo un deseo. Volver a vivir. Dignamente, me refiero.
Desde aquel septiembre de 2008 en el
que la quiebra de Lehman Brothers desataba el desconcierto y el pánico, la
brecha entre pobres y ricos ha ido creciendo hasta alcanzar niveles
insufribles.
La gestión de muchos bancos ha
dejado bastante que desear. Jorge es uno más de los miles, cientos de miles, de
casos de ciudadanos engañados por las entidades bancarias.
Con 64 años de edad, sin haber
acudido a la escuela y habiendo cobrado una indemnización tras el accidente que
trajo consigo su incapacidad laboral, decidió acudir a su banco para ingresar
el dinero que le daría para vivir.
Carmen, la directora del banco, no se
hizo de rogar por comentarle las fabulosas ventajas de una posible inversión a
plazo fijo. 60.000 euros a un 5,4 % de interés. No parecía un mal negocio.
Además, Carmen había llevado sus cuentas toda la vida, por eso Jorge confiaba
ciegamente en ella, así que sin pensarlo demasiado, aceptó la prometedora
oferta.
A finales de 2011, acuciado por la
necesidad, Jorge acude a su oficina de siempre con la intención de recuperar
parte de sus ahorros.
La única solución que le da el banco
es canjear sus preferentes por acciones de Bankia ante la promesa de que
recuperaría un 60% de su dinero, y el 40% restante lo tendría a finales de año.
Sin embargo, ese dinero nunca llegaría. Y peor aún, Jorge no tiene forma alguna
de demostrar que todo ha sido algo involuntario y desconocido para él. Este
hecho le impide acogerse a un arbitraje que le permita recuperar su dinero.
Dos años más tarde, 9 de abril del
2013, los periódicos recogen entre sus páginas que Bankia sigue negándose a
ayudar a las personas afectadas por sus engaños.
Mientras tanto, Jorge se pierde
entre la gente con las manos vacías y los pies descalzos dejando tras de sí,
miles de sueños que jamás se cumplirán.
Publicado por: María Pérez Taboada
Publicado por: María Pérez Taboada
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